ME QUEDÉ EN LA ESTACIÓN

Según me cuentan los análisis estadísticos una buena parte de mis seguidores tiene entre 45 y 50 años. Yo tengo algunos más, conocí otro mundo muy diferente en el que viajar era algo más que ir de un sitio a otro,  donde las estaciones como los hoteles, se convertían en puntos de referencia en una época, hoy impensable, sin móviles, ordenadores, influencers, ni medios. Como ese mundo no lo han conocido los que nacieron en la década de los años 70 y posteriores, por medio de unas fotografías de mi maqueta, me gustaría explicarles porqué me quedé en la Estación.


En los años 40 y casi todos los 50, la mayoría de los trenes estaban formados por coches de madera. La situación económica del país era desastrosa y no fue hasta finales de los años 50 y a lo largo de toda la década de los 60 que España empezó a salir de la miseria. La Renfe utilizaba todavía gran cantidad del material que había heredado de las antiguas Compañías, junto con el escaso y nuevo que, poco a poco, se iba incorporando. Viajar era un lujo casi inaccesible para la mayoría de las personas y, en la mayor parte de los casos, solamente se hacía por necesidad. Sin embargo, bien sea por las deficiencias de la Red Ferroviaria o por las del material utilizado, los retrasos eran una constante y en las estaciones la agitación era casi permanente, a pesar del escaso número de trenes que circulaban por las líneas.

Los movimientos en las estaciones eran continuos ya que, a diferencia de lo que ocurre ahora, los trenes se descomponían casi coche por coche. La colocación en uno u otro punto del tren era importante, porque significaba viajar con mayor o menor comodidad e incluso riesgo.
La falta de tractores diesel obligaba a que las locomotoras más antiguas que ya no eran aptas para otros servicios se utilizaran en estos movimientos. Esto es algo que se ha quedado en el imaginario colectivo de todos los niños que, de una forma u otra, veíamos  o utilizábamos el tren en aquellos años.


Otra imagen imborrable era la escasez de luz por las noches en las estaciones. La intensidad lumínica era muy inferior en aquellos años en que se procuraba ahorrar remitiéndose a lo más estrictamente imprescindible.

Las luces y las sombras se sucedían por las ventanillas en las que pegábamos nuestra nariz, a la vez que hacíamos cerco con las manos, para poder distinguir algo mientras pasábamos por los depósitos, los andenes, las playas de vías...

Si se tenía la suerte de vivir en una capital importante, con estación término, observar los movimientos de los trenes era un entretenimiento casi obligado, más si tenemos en cuenta que no es que hubiera muchos. En Madrid se podía elegir entre varias opciones, hoy día todas desaparecidas, desde la Estación del Norte, señorial y elegante, hasta la populosa Estación de Atocha, pasando por la de Las Delicias, menos concurrida, y las de aquellas otras líneas que fueron cayendo por la expansión inmobiliaria. Niño Jesús, Goya, o las de la línea de contorno como la de Peñuelas, una de las últimas resistentes. Nos queda ese horrible cajón, cochera de Aves y otras especies, en Atocha y el espanto arquitectónico de Chamartín, posible diseño adaptado de una fábrica de tuberías. Adiós al encanto de las maniobras y a todo lo demás.






 
En las viejas estaciones pululaba un mundillo de personas que se dedicaban a oficios hoy desaparecidos. Desde el maletero hasta los guardavías, pasando por el visitador con el golpeteo tranquilizador de su martillo. La policía y la guardia civil, siempre vigilantes por si hacía falta poner orden, tampoco faltaban en los andenes; en los que eran una constante los carros de bultos, las sacas de correos, las carretillas Fenwick, y el kiosco de la Librería de Ferrocarriles.



Con el paso del tiempo las viejas locomotoras de vapor fueron dejando paso a las nuevas locomotoras y los automotores diesel  fueron sustituyendo a aquellos Renault de los años treinta que tan buenos servicios hicieron. Los niños crecimos viendo aquellos cambios, pero el espíritu de la estación se mantenía inmutable con las idas y venidas de las tractoras y el ajetreo de los andenes aumentado por los servicios de los trenes de cercanías ya más habituales.

Los automóviles ocuparon el lugar de los trenes cuando nos hicimos más mayores. Muchos fuimos abandonando aquel medio de transporte lento por el coche, más rápido y puerta a puerta. Desaparecimos de las estaciones, y las estaciones, en todas partes, se reconvirtieron en mini aeropuertos y centros comerciales, salvo escasísimas excepciones, unas pocas aún se mantienen funcionales mientras que otras perviven en plan museo.
Pero cada uno de nosotros recordamos una estación, diferente según nuestro lugar de residencia, aunque resulta innegable que la mayor parte de los aficionados de mi edad, al modelismo ferroviario, nos quedamos enganchados a una. Da igual si era Término, de paso, o cúal fuera su importancia. La estación es la que nos ató a esta afición. En mi caso la del Norte, con su paso a nivel, escuela de aprendices de modelistas que ha dado a este país tantos buenos aficionados. Siempre en mis maquetas queda algo de ella. El túnel, la marquesina, los almacenes, los cocherones, los depósitos, intentando conseguir aquel ambiente. También la vieja Atocha, con sus vaivenes constantes de tractoras y las ramas de trenes circulando. Para mí, ese es el juego.


Otros preferiréis las de paso, o las de cualquier otro tipo que os resultara familiar y, seguramente, recordaréis el estrépito de los expresos pasando en la noche, los pitidos de los automotores y las paradas de los mercantes en vía desviada esperando la salida. Lo recordaréis y lo repetiréis interiormente cuando pongáis vuestros modelos en la vía. Eso espero.
Porque si cuando jugáis con vuestros trenes no oís el chuf-chuf de las locomotoras, ni oléis el aroma de la carbonilla, si no deseáis subir ya a vuestro compartimento para leer un rato antes de salir, ni reserváis mesa en el coche restaurante, si tampoco recordáis haberos arropado en una cama de la CIWL,  o si no fumásteis un cigarrillo solos en el pasillo, de madrugada, mientras seguíais con la mirada a aquella pasajera que iba hacia su cabina, os estareis perdiendo la otra parte del juego. No menos importante.

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