DGDC: CARTAS, PAQUETES Y UN LIBRO.

Ahora que casi todo el mundo escribe sobre el tren de su pueblo añorando tiempos pasados, cuando las estaciones están destruidas y las líneas reconvertidas en rutas verdes, me resulta gratificante poder encontrar un libro que trata el tema ferroviario desde otro punto de vista.


Ha llegado a mis manos el libro"Los trenes de papel", obra de Pintado, Martínez, Navarro y Berbel, leído así parece el título de una zarzuela, pero es una recopilación de todos nuestros coches de correos desde los orígenes de nuestro ferrocarril hasta su desaparición cantada, seguimos con el género chico, por los retrasos y la falta de inmediatez en la entregas en una sociedad apresurada y que ya no escribía solo en papel. La paquetería, las notificaciones y los envíos publicitarios han sustituido a las cartas que se metían corriendo a última hora en el buzón de aquellas estafetas ambulantes.

ANHALTER Y LOS FDt "VOLADORES"

La puerta de la Anhalter Bahnhof estaba solitaria aquel día en el que, por primera vez, contemplé las escasas ruinas de lo que hacía unos años había sido una de las clásicas estaciones de Berlín. Demolida hacía tiempo, me veía sólo ante un inmenso solar con algún resto ferroviario en lugar de los andenes y la playa de vías. Edificio inocente masacrado por la estupidez humana, deja un vacío desolador que recorrí con esa sensación de dolor que se siente tras la pérdida de algo querido.

Pasaba una corta temporada, en aquel Berlín dividido, alojado cerca de Savignyplatz, recorría las calles buscando todos los lugares que aparecían en mis libros, en aquellas fotografías antiguas de los años anteriores a la guerra, intentando reencontrar algo de lo visto o imaginado. Inútil esfuerzo.

Me encontré una ciudad asesinada por la guerra, medio reconstruida y reinventada, con casi más espacios vacíos que viviendas, un Muro que la dividía, una frontera que la rodeaba y de qué manera. Mala frontera que crucé demasiadas veces.

Las dos fotografías provienen del Ullstein-Bilderdienst. Están incluidas en el libro de Alfred Gottwald "Eisenbahn-Brennpunkt Berlín". Die Deustche Reichsbahn 1920-1939. Kohlhammer Edition Einsenbahn. 

CAFÉ, COPA Y PURO

En un momento como el actual en la historia de los ferrocarriles, en el que han desaparecido prácticamente los coche restaurantes, sustituyéndolos  por una bandeja de procesados incomibles en el asiento, e incluso se esta barajando la posibilidad de eliminar las máquinas expendedoras de bebidas que existen en algunos trenes en los que ni siquiera hay servicio de bar o cafetería, me parece oportuno hablar, aunque sea sintetizando bastante, de la restauración en los trenes para que no se olvide que esta carencia restauradora no siempre fue así.


Antiguamente los recorridos de nuestros trenes, aunque no eran muy diferentes en muchas líneas de los de ahora, se hacían eternos. En las distancias largas se hacía imprescindible viajar con vituallas para saciar el hambre o utilizar los servicios de restauración del tren, si es que disponía de ellos, ya que los viajes de más de 10 horas podían ser bastante habituales. Confiar en comer algo en la cantina de una estación, además de ser un albur, podía obligar a salir corriendo cuando menos se esperaba.

LA MIRADA

Me he despertado como consecuencia del silencio. Medio adormilado empiezo a situarme y noto que el tren está parado. Enciendo la luz y miro la hora. Las tres y veinte de la mañana, ¿donde estamos? Por el borde de la cortinilla se filtra una luz amortiguada y amarillenta. Me da pereza incorporarme a mirar. Al final lo hago. Es un andén. No se ve el nombre de la estación. Mientras pienso si abro o no la ventanilla para ver si veo como se llama este sitio, un tren se cruza en la vía de al lado. Uno de esos trenes correo eternos con coches de madera y pasillo central que todavía se arrastran por nuestras líneas. Los viajeros cansados, ¿como no estarlo en esos asientos de tablones de tercera clase? apoyan las cabezas contra las mamparas o los hombros del viajero de al lado. Lentamente el tren se para.


Enfrente de mi ventanilla queda otra de ese tren contrario, que de repente se ha convertido en un vecino indiscreto, y ya molesto por la cercanía que vulnera mi intimidad, observo a sus viajeros mientras enciendo un cigarrillo sentado a los pies de mi cama. La luz de la llama reaviva la mirada del pasajero de enfrente. Un desconocido que me mira fijamente con la impudicia del que sabe que no puede ocurrirle nada, escudriña la oscuridad con desfachatez, pegando su cara al cristal mientras protege sus ojos de la luz haciendo visera con la mano. ¿Qué quiere ver?


Apago la luz del compartimento, me separo del cristal dejando que sea solamente el fulgor de la brasa del cigarrillo lo único que delate la existencia de vida en mi ventanilla oscura. Él sigue ahí, mirando, como intentando descubrir que otro mundo es este de los coches azules metálicos que posiblemente nunca podrá utilizar como viajero. Es una mirada de curiosidad, de saber o de imaginar que hay al otro lado. Puede que contenga una parte de envidia. Creerá que hay más de lo que hay en realidad. Su imaginación supondrá cosas que no existen dando por hecho situaciones que ni pasaron, ni nunca llegarán a pasar, de la misma forma que yo puedo pensar que su condición es más terrible de lo que realmente sea. Y al final de tantas miradas más o menos cruzadas, de supuestos por ambas partes, ninguno de los dos acertaremos con la vida del otro. Entretanto mi tren arranca de nuevo, las ventanillas se desparejan, apago el cigarrillo y me vuelvo a adormecer con el traqueteo.


Han pasado los años, ya no quedan restos de los coches de madera ni de los confortables Camas azules pero, cuando alguna vez mi tren se empareja a otro, y aunque ya nadie nos fijamos en el pasajero de enfrente, yo miro disimuladamente. Sigo buscando aquella mirada.