LOS NIÑOS DEL PASO A NIVEL

El paso a nivel de San Antonio de la Florida ha sido, posiblemente, el mayor promotor de aficionados al ferrocarril de toda España, desde luego, de los de Madrid indudablemente, no hay más que ponerse a hablar con cualquier aficionado de una cierta edad para que, irremediablemente, salga el "Yo veía pasar los trenes en el paso a nivel de Rosales". Bendito paso a nivel que tantas tardes y mañanas nos hizo disfrutar observando las idas y venidas de aquellas locomotoras de vapor, las gigantescas eléctricas y los trenes que, de vez en cuando, pasaban entre aquellas barreras casi permanentemente bajadas que todos nos saltábamos para ver mejor los movimientos.

Esta fotografía de la que desconozco el autor debe corresponder a los años 80 del siglo XX por la UTE 440 y el taxi. Yo hablo de 30 años antes, pero el paso seguía siendo el mismo, con el torno, el cartel, la caseta con toldo.
Empecé yendo con mi abuelo alguna mañana de vacaciones y todavía puedo acordarme con una sonrisa, de las vueltas dadas en el torno, bajo el cartel de aviso y prohibición de cruzar las vías cuando las barreras están cerradas, del olorcillo de aquella fábrica de dulces entremezclado con las humaredas y bocanadas de vapor de las pequeñas chocolateras, que era como se llamaban entonces a las pequeñas locomotoras de maniobras de chimeneas altas. Era un viaje de olores desde mi casa hacia el Parque del Oeste. Olores de la Fábrica de galletas Martino que estaba en Isaac Peral y que tanto me gustaban. Olores de la fábrica de jabones GAL que desapareció en una de esas operaciones inmobiliarias de los 70. Enfrente existía un descampado hasta el Ministerio del Aire en donde las carpas del Circo Atlas de los Hermanos Tonetti se instalaban dos veces al año, si mal no recuerdo. Olor a fieras, a comida y al algodón de azúcar imprescindible en la sesión de tarde. (A los Hermanos Tonetti les he incorporado en mi maqueta con una reproducción de aquel cartel contemplado en tantas ocasiones). Luego atravesábamos el Parque del Oeste hacia la Rosaleda hasta llegar al paso. Ese recorrido en bajada lo hacíamos andando, mientras que para volver, yo me empeñaba en tomar el metro, Ramal Ópera-Norte, porque se veían los túneles y la intersección de las vías.  Supe, tarde y a destiempo, cuando ya no se puede cambiar el destino, que a mi abuelo no le gustaba viajar en el Metro, demasiado gentío, nunca le di las gracias. Le recuerdo con su sombrero, su bastón y sus guantes, el periódico doblado bajo el brazo, aquel periódico que leía de cabo a rabo para darme tiempo a ver los trenes, bajando hacia el paso, caminando a mi lado. ¡Qué mañanas!

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