Henry Beyle, maravillado ante el exceso de belleza de las obras de arte y monumentos de Italia, sufrió tal cantidad de ahogo y angustia que dio origen a una nueva enfermedad que acabó siendo conocida como el Síndrome de Stendhal, su seudónimo como escritor. Siempre lo había achacado a un exceso de amaneramiento mezclado con una hipersensibilidad más propia de la época que otra cosa. Es cierto que la belleza de determinadas obras de arte me impresiona y conmueve ya que siempre tengo una cierta obsesión con la estética, pero no hasta el extremo de sentir el famoso síndrome. Como en tantas otras cosas, estaba equivocado.
A veces, algunas veces, el pintor consigue el clímax de lo imposible y logra transmitir eso que confiábamos ver, pero nunca esperábamos ver. Esa contemplación de lo imposible que nos deja perplejos y sin palabras. Os lo digo yo, que he visto dos veces a una diosa y he sobrevivido.
Desafortunadamente, como en toda gran obra de arte, las fotografías no son capaces de captar la variedad de colores de la paleta del artista. Se intuye, pero no se percibe la degradación del color en el marco de las ventanillas con un ligero toque metálico, esa madera que, aunque limpiada en repetidas ocasiones, deja una pátina de suciedad perenne que le da el color que hemos visto siempre, las cortinillas y la madera de la plataforma y los estribos con sus rebordes metálicos...
Desafortunadamente, como en toda gran obra de arte, las fotografías no son capaces de captar la variedad de colores de la paleta del artista. Se intuye, pero no se percibe la degradación del color en el marco de las ventanillas con un ligero toque metálico, esa madera que, aunque limpiada en repetidas ocasiones, deja una pátina de suciedad perenne que le da el color que hemos visto siempre, las cortinillas y la madera de la plataforma y los estribos con sus rebordes metálicos...
FERDINANDUS D. FECIT |
Sin palabras.
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