Es una de esas tardes de verano duras, en las que parece que todo está recalentado. Los carriles queman, el calor se escapa entre el balasto y las nubes del horizonte no parece que amenacen con una tormenta. La locomotora se acerca con paso lento, jadeante y requemada, hasta el cubato que promete agua fresca para rellenar sus tanques y refrescar a su pareja.
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