Al cruce. Cuando éramos niños sacábamos la cabeza por la ventanilla para ver pasar al otro tren que venía tan rápido, tan grande, tan negro, echando humo y vapor. Cuando pasaba y nos bajábamos del asiento, con la cara llena de carbonilla nos la limpiaban con pañuelos empapados en colonia Heno de Pravia. Viajes antiguos con maletas, baúles, sombrereras, llenos de humo y pitidos, de tortas de Álcazar, membrillo de Puente Genil, y al final el mar, y desde el barco a contemplar la pequeña locomotora del puerto que se iba haciendo más pequeña en el horizonte con su penacho de humo.
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