Siguiendo mi frase de cabecera, dar vida a una estación requiere un buen número de equipamientos y personajes. Estas escenas son la que aportan credibilidad a una fotografía de modelismo, con el aliciente de constituir una recreación de recuerdos vividos hace un montón de años cuando en las estaciones se generaban muchas actividades al paso o a la salida y llegada de los trenes.
El enganchador habitualmente tenía a su alrededor una cierta cantidad de curiosos. Recuerdo que siempre había algún señor que, una vez que había acabado su labor, miraba y remiraba el husillo, las mangueras e incluso las cadenas, como si dudara de que realmente los coches habían quedado unidos adecuadamente.
En aquella época era muy habitual para algún tipo de persona, dárselas de entendido, como si tuvieran que dar el visto bueno, luego explicaban de forma muy engolada la operación a los de su alrededor. Los niños, y más los que viajábamos bastante y nos sabíamos todo, los mirábamos un rato y luego nos reíamos de las tonterías que habíamos escuchado.
Otro de los oficios hoy desaparecidos es el de maletero. En las estaciones antiguamente no había carritos tipo aeropuerto. Estaban los maleteros que con sus carretillas recogían los equipajes, formando a veces unas torres aparentemente inestables, y de forma velocísima llegaban al compartimento introduciéndose por las ventanillas del coche.
Recuerdo los viajes con mis abuelos, cuando una vez que "el coche de punto" (jamás salió de labios de mi abuelo la palabra taxi) llegaba a la estación y empezaba el descenso de maletas, maletines, baúl de viaje y sombrerera incluida. El maletero ordenaba todo aquello en su carretilla y tras facilitarle los billetes desaparecía por el andén rápidamente. Yo corría detrás de él atento a que no se perdiera nada, mientras mis abuelos se paraban a comprar revistas y algún tebeo para mí en la Librería de Ferrocarriles.
Los carritos eléctricos de equipajes. Me resultaban fascinantes, con aquellos conductores que los dirigían pisando en un lado u otro. Tan veloces, cargados con cajas, sacas de correos, bultos grandes y pequeños que desaparecían en el interior de los furgones. Era uno de mis recorridos favoritos. Después de haber visitado la locomotora me quedaba viendo como se cargaban los furgones y cuando todo estaba cargado me iba a mi coche para bajar la ventanilla y cabeza afuera esperar el pitido de salida.
En las estaciones de paso con parada se acercaban al tren un montón de personas que ofrecían las especialidades de la zona. En bandejas y canastillas aparecían rosquillas, mantecados, dulces y un sin fin de especialidades en función de la ciudad, provincia o temporada. Todas hoy desaparecidas y sustituidas por máquinas anodinas, expendedoras de bollería industrial que no siempre funcionan.
Hay que crearlas, porque los fabricantes no piensan en la época III cuando diseñan sus modelos de figuritas.
Como en el post anterior, donde presentabas otras escenas, me parece una ambientación excelente. Las imágenes que presentas y el artículo me situan en Atocha dispuesto a coger mi tren de verano a Valdepeñas, la parada obligada en Alcazar con los vendedores de "tortas" apostados en el anden,
ResponderEliminarel cartel amarillo sobre la caja de baterías delas carretillas donde ponía "FEMWICK" y...
Enhora buena son unos detalles excelentes.
Gabriel.