Se pone la tarde mientras uno de los Personenzugs de la DRG, formado por coches de distinta procedencia, maniobra hacia una vía de reserva para proceder a la limpieza y estar listo para el servicio al día siguiente. Los últimos pasajeros abandonan los andenes de la estación y solo quedan los pitidos indicando las maniobras y el olor a grasa, carbón y humo de las viejas locomotoras que, como si supieran que la jornada acaba, ralentizan sus movimientos como en un esfuerzo final antes de repostar y entrar en los cocherones. Atardeceres maravillosos de vapores, que no volverán y que muchos no habrán podido conocer. Atardeceres para aprender a amar al tren.
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