No soy partidario de llenar los coches de muñequitos que imitan a los pasajeros, y sin embargo, siempre me he sentido atraído por incluir en los furgones algún personaje, bien sea sentado en el borde del portón, apoyado en la barandilla de seguridad o, como en este caso, moviendo un paquete.
Seguramente son fijaciones que se nos quedan desde que éramos niños. Recuerdo que en aquellos trenes de mi infancia, una de las cosas obligadas era recorrer el tren por el andén después de que nos habíamos asentado en el departamento. Era importante llegar a los furgones donde se encontraban las carretillas, con sus numerosos bultos desapareciendo por aquellos portones abiertos, con una semioscuridad de fondo, en la que yo siempre intentaba ver los detalles del interior, más aún si escudriñaba alguna puerta medio cerrada. Seguía la visita inexcusable a la perrera, por ver si llevaba inquilino, y de ahí, a la locomotora. El éxtasis.
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