LA MIRADA

Me he despertado como consecuencia del silencio. Medio adormilado empiezo a situarme y noto que el tren está parado. Enciendo la luz y miro la hora. Las tres y veinte de la mañana, ¿donde estamos? Por el borde de la cortinilla se filtra una luz amortiguada y amarillenta. Me da pereza incorporarme a mirar. Al final lo hago. Es un andén. No se ve el nombre de la estación. Mientras pienso si abro o no la ventanilla para ver si veo como se llama este sitio, un tren se cruza en la vía de al lado. Uno de esos trenes correo eternos con coches de madera y pasillo central que todavía se arrastran por nuestras líneas. Los viajeros cansados, ¿como no estarlo en esos asientos de tablones de tercera clase? apoyan las cabezas contra las mamparas o los hombros del viajero de al lado. Lentamente el tren se para.


Enfrente de mi ventanilla queda otra de ese tren contrario, que de repente se ha convertido en un vecino indiscreto, y ya molesto por la cercanía que vulnera mi intimidad, observo a sus viajeros mientras enciendo un cigarrillo sentado a los pies de mi cama. La luz de la llama reaviva la mirada del pasajero de enfrente. Un desconocido que me mira fijamente con la impudicia del que sabe que no puede ocurrirle nada, escudriña la oscuridad con desfachatez, pegando su cara al cristal mientras protege sus ojos de la luz haciendo visera con la mano. ¿Qué quiere ver?


Apago la luz del compartimento, me separo del cristal dejando que sea solamente el fulgor de la brasa del cigarrillo lo único que delate la existencia de vida en mi ventanilla oscura. Él sigue ahí, mirando, como intentando descubrir que otro mundo es este de los coches azules metálicos que posiblemente nunca podrá utilizar como viajero. Es una mirada de curiosidad, de saber o de imaginar que hay al otro lado. Puede que contenga una parte de envidia. Creerá que hay más de lo que hay en realidad. Su imaginación supondrá cosas que no existen dando por hecho situaciones que ni pasaron, ni nunca llegarán a pasar, de la misma forma que yo puedo pensar que su condición es más terrible de lo que realmente sea. Y al final de tantas miradas más o menos cruzadas, de supuestos por ambas partes, ninguno de los dos acertaremos con la vida del otro. Entretanto mi tren arranca de nuevo, las ventanillas se desparejan, apago el cigarrillo y me vuelvo a adormecer con el traqueteo.


Han pasado los años, ya no quedan restos de los coches de madera ni de los confortables Camas azules pero, cuando alguna vez mi tren se empareja a otro, y aunque ya nadie nos fijamos en el pasajero de enfrente, yo miro disimuladamente. Sigo buscando aquella mirada.

1 comentario:

Gracias por tus comentarios!