ESA MALDITA PUERTA

Sería incapaz de recordar desde cuando están en mi poder un par de coches de dos ejes de la antigua Electrotren. Con el tiempo han pasado por numerosas vicisitudes rodando por todas y cada una de mis maquetas para acabar en el cajón de los modelos obsoletos. Cuando Miniaturas Lacalle ofertó una versión en latón de estos coches no dudé ni un instante en reservar un par de ellos. Muy útiles en la formación de trenes obreros, cercanías o discrecionales, me darían un buen juego con las pequeñas locomotoras de carbón disponibles.


Los modelos, perfectos, con ese acabado excelente de Miniaturas Lacalle, los he montado con la Pucheta para colocar una locomotora digna de su calidad. Hasta aquí todo bien, pero de repente, observando...




La puerta está entreabierta, inevitablemente empujo el tirador y veo el interior que, medio en sombra, me retrotrae a los años 50, los ruidos, el olor, el movimiento dentro del coche, visto o más bien, entrevisto desde el andén mientras espero a mi expreso que me llevará hacia el Norte. Esa maldita puerta que cambia la percepción del modelo convirtiéndolo en un mundo de recuerdos, de sueños. Una puerta entreabierta que es una tentación imposible de refrenar, y yo la atravieso para recibir el impacto de un interior sobrio, con la estética imprescindible de bancos de madera con brazo, convirtiendo una pieza de modelismo en un objeto de arte que me obliga a sacar, de uno mis escondites más profundos, una lata de auténticos cigarrillos de Virginia, servirme dos dedos de un escocés prohibido y sentarme a disfrutar como un autentico voyeur ferroviario.


Mientras paladeo mi escocés y huelo mi lata de Virginias, ya prohibido por mí mismo el encender ninguno, reconozco ese toque mágico de la estética de lo sublime y la dificultad de eliminar lo superfluo, la elegancia de la sencillez que convierte un objeto trivial en algo delicado. Busco el detalle imprescindible que siempre surge y pienso en lo fútil que resulta el esfuerzo de quienes creen que por recargar se mejora el modelo. Está todo lo que es necesario que esté donde tiene que estar.
Señor Lacalle, estos pequeños placeres siempre he dado por hecho que los reservaba para los retratos de Velazquez o Van Dyck, que sugieren más de lo que se ve, pero nunca en un coche de latón a escala H0. Sinceramente, no sé como expresarle mi agradecimiento. 

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