MÁS TRENES EN VILLEFRANCHE

El Balneario de Villefranche au Pied du Puy sigue prosperando. La planta embotelladora de agua mineral ha aumentado su capacidad de producción para poder servir sus géneros, tanto a clientes nacionales como extranjeros. Se ha construido una nave de distribución con acceso directo a la vía. Diariamente dos trenes MV y un TOM distribuyen los vagones cargados de cajas de agua mineral, que acabarán en las más variadas mesas.


También los trenes de viajeros comienzan a sucederse con un mayor ritmo en la estación de Villefranche, tanto procedentes de Lyon como de Burdeos. El incremento de visitantes al Balneario ha difundido la calidad de sus aguas poniendo el lugar de moda. Esta circunstancia ha facilitado que nuestro querido alcalde M. Louis Charles de Pontigny-Chantal haya conseguido que, además del tren habitual de los miércoles de París, la CIWL le destine dos trenes semanales: uno con carácter diurno compuesto por dos coches Pullman, con llegada los lunes y salida los martes. Otro, nocturno, procedente de Calais, vía París-Clermont, con llegada a Villefranche los viernes en la mañana. El retorno se efectúa el mismo viernes por la noche. 

El aumento de visitantes es notable y las infraestructuras hoteleras de la población empiezan a verse afectadas por una ocupación mayor de lo previsto, lo que genera no pocos comentarios, y algunas quejas, de los vecinos del lugar acostumbrados a sus ritmos de vida pausados.

Este es un problema que se ha convertido en la principal fuente de conversación de los parroquianos del lugar, desacostumbrados a tanto movimiento. Sigamos la conversación entre el Coronel Voilant-Trouchot y el catedrático e historiador Philippe Pergamin.

-¿Ha visto usted lo que está ocurriendo en  nuestra ciudad? -le espetó con voz tonante el Coronel Voilant-Trouchot al bueno de Philipe Pergamin, nada más trasponer este la entrada del café-. ¡Es inaudito! -prosiguió el Coronel. 

-Cálmese y explíqueme que ha ocurrido -respondió el catedrático Pergamin mientras se quitaba el abrigo,  bufanda y sombrero, tratando de inducir a la calma a un agitado Voilant-Trouchot y le hacía señas a la joven Dominique para que le sirviera lo de siempre.

-¿Pero qué explicación quiere que le dé, Philippe? ¡Es la invasión! ¿Es que no anda usted por las calles? ¿No ve que varias veces a la semana una multitud de capitalinos y provincianos sin arraigo local descienden por la Avenue de la Liberátion, que están tomando posesión de nuestras mesas en cafés y restaurantes, desplazando de las mismas a quienes venimos tradicionalmente ocupándolas?  

-¡Ah, bueno -dijo Pergamin- acabáramos! Se refiere usted a los bebedores de las aguas.  Bien, sí es cierto que se ha incrementado el número de visitantes gracias al Balneario, pero son inofensivos, mi querido amigo. Una pléyade de andarines, tacita en mano, dando vueltas por el complejo acuífero bajo el control y vigilancia de Fagot y sus enfermeras. Nada preocupante.

-¡Pero, cómo no preocupante, Philippe! ¿No ve usted que a la mínima se escapan cambiando el tazón de agua putrefacta por nuestro vino y las verduras cocidas por nuestras carnes? Y no quiero imaginarme qué seguirán cambiando en el futuro ¡Dice usted control y vigilancia! Fagot carece de capacidad de mando, sus enfermeras no pueden controlar a los pacientes. Buena prueba de ello es que se les escapan, además de forma vergonzante: unos simulando haberse extraviado, otros escondiéndose de sus respectivos cónyuges o familiares, para acabar en los cafés de la Place de la Republique. Esta mañana Antoine me ha servido en una mesa diferente a la mía, que estaba ocupada por dos señoras. ¡Dos señoras, Philippe. Solas. En mi mesa! ¿Cómo se enfrenta un caballero a dos señoras solas? Me he tenido que aguantar. Aunque ya le he dicho a Antoine que si esto se repite dejo de ser cliente suyo y me paso al Tabac.

-Ja, ja, ja -se echó a reír el catedrático- reconozcamos que este plan de salud de Fagot no es muy atrayente. La carne humana es muy débil, mi estimado Coronel, y esa ingesta continua de agua gasificada, añadida a las horas de inmersión en barro maloliente, hacen huir a cualquiera. Yo mismo, que evito la hipoanetremia de forma rigurosa, caigo repetidamente en la tentación del frescor de cualquiera de nuestros blancos de Gaillac, o de un Beuajolais con una carne a la parrilla. Soy humano. Humano y librepensador.

-Ah, pero es que usted es un intelectual, no tiene mérito -contestó el Coronel-. La cuestión es que ese medio noble arruinado, que se las da de alcalde pseudo-liberal, ha vendido nuestro terruño natal a una legión de dementes infusionados, que acabarán por destruir nuestras costumbres, quedarse con nuestras casas, robarnos a nuestras mujeres y acaparar nuestras viandas. La ocupación nuevamente, Philippe. A mi edad ya no estoy para resistir, sólo cabe el destierro.

-Bueno, no se altere usted en exceso porque me he enterado, por medio de Madame De la Fontaine, que se esperan, en breve, los primeros viajeros de un tren de lujo que con carácter semanal, vendría desde París. ¿Me comprende, Coronel? ¡París! Recuerde aquellos años de su juventud. 


-Ya, ya, París. -La mirada del Coronel se pierde durante unos segundos añorando otro tiempo, pero la recupera rápidamente mientras en sus labios se dibuja una media sonrisa-. Sí, sí, es otra cosa. París. En fin, Philippe, acabemos el café y pasemos este mal trago ¿Le apetece un Armagnac?


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